martes, 25 de septiembre de 2012

UNIDAD 2TEORÍAS DE LA MOTIVACIÓN


 TEORIAS DE MOTIVACION
Teorías de contenido (satisfacción). Estas teorías son las que estudian y consideran los aspectos (tales como sus necesidades, sus aspiraciones y el nivel de satisfacción de éstas) que pueden motivar a las personas.
- Teorías de proceso. Son las que estudian o tienen en cuenta el proceso de pensamiento por el cual la persona se motiva.
Entre las teorías de contenido podemos citar las siguientes:
- Teoría de la Pirámide de las Necesidades. (De Abraham Maslow)
- Teoría “X” y Teoría “Y” (De Douglas MC. Gregor)
- Teoría de la Motivación - Higiene (De Frederick Herzberg)
- Teoría ERG (Existence, Relatedness and Growth) (De Clayton Aldefer)
- Teoría de MC. Clelland de las Necesidades. (De David MC. Clelland)
En cuanto a las teorías de proceso se destacan:
- Teoría de las Expectativas. (De Víctor Vroom)
- Teoría de la Equidad. (De Stacey Adams)
- Teoría de la Modificación de la Conducta. (B. F. Skinner)
Teoría de las necesidades humanas  (Abraham Maslow)
En 1943 Maslow formuló su concepto de jerarquía de necesidades que influyen en el comportamiento humano. Maslow concibió esa jerarquía por el hecho de que el hombre es una criatura que demuestra sus necesidades en el transcurso de la vida. En medida en que el hombre las va satisfaciendo, otras mas elevadas toman el predominio del comportamiento.
De acuerdo a esta teoría de Abraham Maslow, el resorte interior de una persona esta constituido por una serie de necesidades en orden jerárquico que va desde la mas material a la mas espiritual. Se identifican 5 niveles y cada uno de ellos se activa solamente cuando la necesidad del nivel inmediatamente inferior esta razonablemente satisfecho.                          
Maslow cree que la mayor parte de las personas en las sociedades con un alto nivel de vida tienen sus necesidades de los tres primeros niveles (fisiológicas, de seguridad y sociales) regularmente satisfechas, sin mucho esfuerzo y sin mucho efecto motivacional.
Teoría de los dos factores (Frederick Herzberg)
Herzberg fundamenta su teoría en el ambiente externo y en el trabajo del individuo (enfoque extra-orientado).Define una teoría de dos factores a saber:
Factores higiénicos o insatisfactorias: se refieren a las condiciones que rodean al empleado mientras trabaja, incluyendo las condiciones físicas y ambientales del trabajo, el salario, los beneficios sociales, las políticas de la empresa, el tipo de supervisión recibido, el clima de las relaciones entre la dirección y los empleados, los reglamentos internos, las oportunidades existentes, etc. Corresponden a la perspectiva ambiental. Constituyen los factores tradicionalmente usados por las organizaciones para obtener motivación de los empleados. Herzberg, sin embargo, considera esos factores higiénicos como muy limitados en su capacidad de influir poderosamente en el comportamiento de los empleados. Escogió, la expresión "higiene" exactamente para reflejar su carácter preventivo y profiláctico y para mostrar que se destinan simplemente a evitar fuentes de insatisfacción del medio ambiente o amenazas potenciales a su equilibrio. Cuando esos factores son óptimos, simplemente evitan la insatisfacción, ya que su influencia sobre el comportamiento no logra elevar substancial y duraderamente la satisfacción. Sin embargo, cuando son precarios, provocan insatisfacción.
Factores motivadores o satisfactorios: se refieren al contenido del cargo, a las tareas y a los deberes relacionados con el cargo. Son los factores motivacionales que producen efecto duradero de satisfacción y de aumento de productividad en niveles de excelencia, o sea, superior a los niveles normales. El termino motivación, para Herzberg, incluye sentimientos de realización de crecimiento y de reconocimiento profesional, manifestados por medio del ejercicio de las tareas y actividades que ofrecen suficiente desafío y significado para el trabajador. Cuando los factores motivacionales son óptimos, suben substancialmente la satisfacción; cuando son precarios, provocan ausencia de satisfacción.
Teoría de las metas
La teoría de las metas es expuesta a principio del siglo pasado por Edwin Locke, quien plantea que las personas se establecen metas con el fin de lograrlas. Para lograr la motivación laboral, los trabajadores deben poseer las habilidades necesarias para alcanzar sus metas.  
Early y Shalley  describen cuatro fases para el establecimiento de metas:
Reestablecer la norma a alcanzar.
Evaluar si es alcanzable.
Evaluar si se ciñe a las metas personales.
IV.La aceptación de la norma, conlleva al establecimiento de la meta y la conducta se dirige hacia dicha meta.

De manera muy detallada, Hirschfeldt (2003) refiere las estrategias específicas encaminadas a la consecución de metas:  
1ra Fijación de la meta  partiendo de los criterios que las metas son intrínsecas o extrínsecas, controlables e incontrolables.  
2da Definición del tiempo que se requiere para alcanzar la meta.  
3ra Determinación de los recursos tanto humanos como materiales que se requieren.  
4ta Definir la actividad, o sea, las acciones que se llevarán a cabo para el cumplimiento de la meta.  
5ta Enfrentar los obstáculos. Este aspecto significa persistencia, lo que se expresa cuando un motivo es verdaderamente intrínseco y contiene implícito además las posibles variaciones en el curso de acción si aparecen barreras que impiden u obstaculizan el alcance de la meta.  
6ta Fijar criterios de excelencia. Si la meta es controlable, alcanzable y estimulante requiere del establecimiento de niveles de excelencia para una ejecución perfecta. 
Es importante buscar la satisfacción por hacer lo mejor en todas y cada una de las metas propuestas.  
La importancia del establecimiento de metas radica en que es un elemento que se centra sobre el comportamiento y puede llegar a convertirse en una motivación, la cual se incrementa si además la persona recibe retroalimentación del decursar de su conducta para alcanzar tales metas. La meta se  constituye en un reforzador que mantiene elevada la motivación.
LA TEORÍA CONDUCTISTA.
La teoría conductista parte de la base que generó el condicionamiento clásico, operante y el aprendizaje social, llevado a cabo alrededor de 1920, de la mano de Skiner, Pavlov y Watson, pero, fue este último quien sistematizó y decodificó los descubrimientos del condicionamiento para generar en la década del 50 las bases y principios de la teoría conductista, la cual se confronta de manera directa con el paradigma psicoanalítico que imperaba en ese tiempo. Hasta entonces, el norte de la psicología era la mente, su contenido, estructura y funcionamiento, lo cual era llevado a cabo a través de la introspección y el psicoanálisis, para descifrar al hombre interno.
El conductismo, de la mano de Watson, por primera vez concentra su interés en el estudio propio de la conducta, y su relación con el medio, rechazando el interés por la conciencia y la mente.
En sus primeros momentos, esta teoría apunta a la aceptación de la valides de los principios del aprendizaje y de la modificación de la conducta, a través del aumento del repertorio de conductas deseables, o la disminución de las contrarias, usando procesos de reforzamiento o castigo heredados del condicionamiento clásico de Pavlov y el operante de
Skinner, que entre sus principios y características se establecen las siguientes:
  • Determinismo: descubrimiento de las relaciones entre causas y efectos, para la prevención de determinados fenómenos.
  • Experimentalismo: cada cosa debe someterse a verificación experimental, lo cual derivará en la solución para cada problema.
  • Parcimonia: frente a varias teorías explicativas, el conductista sabrá elegir la menos compleja y la más apropiada, en especial frente la relación ambiente conducta.
  • Operacionismo: para que los conceptos sean validados en la práctica científica, estos deben ser traducibles en operaciones concretas.
  • Ambientalismo: busca en la interacción con el ambiente, la explicación de la conducta de un sujeto en determinada situación.
Esta teoría “pecó”, en sus comienzos, de simplista y mecánica, al dejar de lado los conceptos y principios que postulaba el psicoanálisis, lo que se tradujo en una orientación incompleta e incipiente que no logró abarcar la problemática psicosocial del hombre. Además, fue criticada éticamente por su manipulación con el paciente, al tener por objetivo el cambio de conducta de éste sin que él forme parte consiente del proceso.
Hoy en día, la revolución conductual pretende dejar de lado la separación y el aislamiento característico de su primera etapa, y aspira a la generación de un paradigma de integración entre los métodos conductistas y el no conductista, lo que se reflejaría en un enfoque más amplio y abarcador de la problemática biosicosocial humana.
TÉCNICAS ESPECÍFICAS DE LA MOTIVACIÓN
Programas de reforzamiento
Un programa de reforzamiento es una regla sobre la administración del reforzador. Existen programas de reforzamiento de dos tipos: de razón (en función de la respuesta) y de intervalo (en función del tiempo), y cada uno admite una variación fija o variable.
  • En un programa de razón fija se administra un reforzador cada cierto número de respuestas. Un programa RF1, por ejemplo, da un reforzador por cada respuesta. El RF2 da un reforzador por cada dos respuestas.
  • El programa de razón variable administra reforzadores cada cierto número de respuestas. Pero en este caso, este número no es fijo, sino que varía alrededor de un promedio. RV3 da una respuesta cada 2, 3 ó 4 respuestas, aproximadamente (y aleatoriamente).
  • Un programa de intervalo fijo implica un período siempre igual durante el cual no hay disponibilidad del reforzador, período que se inicia justo después de la presentación de la respuesta criterio (es decir, aquella de interés). El hecho de que el sujeto emita o no respuesta alguna durante el transcurso del intervalo no modifica el ritmo de administración de los reforzadores.
  • El programa de intervalo variable hace que el período durante el cual no está disponible el reforzador cambie alrededor de un promedio.
Por lo general, los programas de tasa (razón) producen una adquisición más rápida, pero fácilmente extinguible una vez suspendida la administración de reforzadores; y los de intervalo producen una adquisición más estable y resistente a la extinción.

jueves, 20 de septiembre de 2012

UNIDAD 2 CONCEPTOS DE MOTIVACIÓN


La motivación
1)es, en síntesis, lo que hace que un individuo actúe y se comporte de una determinada manera. Es una combinación de procesos intelectuales, fisiológicos y psicológicos que decide, en una situación dada, con qué vigor se actúa y en qué dirección se encauza la energía."

2)"Los factores que ocasionan, canalizan y sustentan la conducta humana en un sentido particular y comprometido."

3)"La motivación es un termino genérico que se aplica a un amplia serie de impulsos, deseos, necesidades, anhelos, y fuerzas similares. Decir que los administradores motivan a sus subordinados, es decir, que realizan cosas con las que esperan satisfacer esos impulsos y deseos e inducir a los subordinados a actuar de determinada manera.".


Es el proceso que impulsa a una persona a actuar de una determinada manera o por lo menos origina una propensión hacia un comportamiento específico. Ese impulso a actuar puede provenir del ambiente o puede ser generado por los procesos mentales internos del individuo.


AUTORES
(1) Solana, Ricardo F..Administración de Organizaciones. Ediciones Interoceánicas S.A. Buenos Aires, 1993. Pág. 208

(2) Stoner, James; Freeman, R. Edward y Gilbert Jr, Daniel R.. Administración 6a. Edición. Editorial           Pearson. México, 1996. Pág. 484

(3) Koontz, Harold; Weihrich, Heinz. Administración, una perspectiva global 11ª. Edición. Editorial Mc Graw Hill. México, 1999. Pág. 501
4) Rene López Ramos 
     

lunes, 10 de septiembre de 2012

LA CULTURA EMOCIONAL

La sociedad tiende a afrontar los problemas personales o de convivencia.
 
. Las dos respuestas presuponen un uso distinto del término “cultura”. Así, mientras que mi madre toma este término en el sentido en que lo hacen habitualmente los antropólogos —el modo de vida de un pueblo, hecho de prácticas, expresiones, rituales etcétera—, mi hermano lo emplea en un sentido más clásico —cultura como “cultivo” de las propias capacidades, adquisición de competencias, etcétera—.
Ciertamente, ambos sentidos no están desconectados: el modo en que cultivamos individualmente nuestra naturaleza –nuestras emociones, en este caso– redunda y se ve afectado por el modo de nuestra vida social. Según esto, y en contra de muchas apariencias, hay razones para presumir cierta conexión entre el modo en que los hombres y mujeres de la modernidad tardía afrontan el cultivo de las emociones y esa omnipresencia de las emociones en la vida social.
Las dos caras de nuestra cultura emocional. En contra de muchas apariencias, digo, porque, a primera vista, podría dar la impresión de que no hay conexión alguna: abrumados por el exceso de emoción que destilan ciertos medios de comunicación, y revelan muchas interacciones ordinarias, lo que brilla por su ausencia es el “cultivo” de las emociones. Al mismo tiempo, sin embargo, hay que reconocer que nunca como ahora proliferaron tanto los cursos de “gestión emocional” y los manuales de “autoayuda”, encaminados a identificar y solucionar racional y reflexivamente los problemas emocionales que se plantean en la vida profesional, familiar, etcétera. Es explicar la conexión entre ambos aspectos lo que representa un reto para el filósofo o el sociólogo de la cultura interesados en comprender mejor el mundo que nos rodea.
Sin necesidad de acudir a la contraposición nietzscheana de lo dionisíaco y lo apolíneo, una vía muy tentadora para dar cuenta de esos dos aspectos de nuestra cultura emocional es la que, . Sin embargo, aplicar este tipo de explicación cuasi-mecánica de manera indiscriminada a todo comportamiento humano, tiene las desventajas de lo que Kant llamaba la ignava ratio, la razón perezosa, que por recurrir demasiado pronto a una ley general, deja de emplearse en la búsqueda de las razones más particulares de un comportamiento.
sociedades cada vez más definidas por el avance de la racionalidad instrumental, el comportamiento de los seres humanos debe también ajustarse, cada vez en mayor medida, a ciertas expectativas funcionales, que inevitablemente repercuten sobre la vida emocional, en la línea apuntada por Norbert Elias, a saber, como un proceso “civilizatorio”, que tiene mucho de ascetismo institucionalizado. En el caso de la vida profesional, donde una adecuada gestión emocional ha llegado a convertirse en algo obligado para cualquier persona que deba ejercer su trabajo en relación con otros –de manera particular las profesiones relacionadas con el cuidado, la salud, la educación, etcétera– este proceso se advierte con toda claridad.
En todo caso, y con independencia de que este “ascetismo”, o este proceso civilizador, tengan su foco original en el lugar de trabajo (como sugiere Weber), o en la formación del estado moderno (como sugiere Elias), lo cierto es que, durante bastante tiempo ha extendido su influjo –ya sea real o ideal– a todas las esferas de la vida; de modo que, por contraste, algunos fenómenos culturales de signo más hedonista, asociados a la modernidad tardía, hayan sido considerados por algunos autores como contradictorios con el ethos capitalista, o como fenómenos “de-civilizatorios” aunque realmente podrían considerarse implícitos en su mismo núcleo, como sugería Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo.
. Después de todo, el ascetismo institucionalizado, característico del capitalismo productivo, tiene algo de forzoso. Ser más civilizados porque así lo reclaman la producción y la funcionalidad solo tiene interés en la medida en que estamos interesados en ser productivos y funcionales. Ahora bien, la vida no tiene que ver solo con eso: en la vida no solo hay trabajo, sino también descanso y ocio (conceptos que no eran sinónimos para Aristóteles). De ahí que una sobre-exposición a los requerimientos ascéticos de la racionalidad funcional, con la gratificación diferida que dicha racionalidad lleva consigo, pueda fácilmente generar una reacción contraria; una búsqueda inmediata de emociones, incluso una búsqueda irracional de emociones, fuera del horario de trabajo. Así, una estoica generación de sufridos trabajadores podría dar lugar a otra generación hedonista de despilfarradores consumistas.
Esta explicación, sin embargo, tiene el inconveniente de hacer superflua la consideración de significativos factores culturales que, indudablemente, han desempeñado un papel en la configuración de estilos de vida contemporáneos, factores que los individuos –que nunca son meros mecanismos de acción y reacción– toman en consideración a la hora de actuar. Concretamente, como ha argumentado Colin Campbell, en su ya clásico libro The Romantic Ethic and the Spirit of Modern Consumerism, al lado del influjo que, según Weber, ha ejercido la ascética calvinista en el desarrollo de las actitudes propias del capitalismo productivo de principios de siglo, es preciso reconocer también el influjo de otra corriente cultural que, retrotrayéndose a la ética sentimental del siglo xvii, y pasando por la ética romántica del xix, permite dar cuenta de la dinámica característica del consumismo posmoderno y, en particular, de esa misteriosa tendencia contemporánea a perseguir la propia identidad mediante actos de consumo.
Consumo y gestión emocional.
Mostrando los caminos por los que el amor romántico ha llegado a plasmarse en prácticas económicas, Illouz evita la contraposición frecuente de economía y vida emocional, sin dejar por ello de señalar las ambigüedades implícitas en ese proceso de transferencia de los ideales románticos a los bienes de consumo, proceso que empieza a apreciarse ya con bastante claridad en las prácticas publicitarias iniciadas en los años veinte del siglo pasado, y que ya resulta manifiesto en los años cincuenta y sesenta, como ha mostrado recientemente Lourdes Flamarique comentando la serie televisiva Mad Men.
También a finales de la década de 1920 Elton Mayo desarrollaba una teoría del management en la que los aspectos psicológicos estaban llamados a desempeñar un papel preponderante. El ingreso de los psicólogos en la empresa, en efecto, vino a resolver un problema “funcional”, basándose en una observación por lo demás bastante elemental: la gente es más productiva cuando trabaja en un ambiente emocionalmente “satisfactorio”; pero, desde ahí, la psicología ha ido colonizando cada vez a más esferas de la vida humana: desde las relaciones familiares hasta la atención subsiguiente a cualquier experiencia traumática.
Por ello tiene sentido hablar de una progresiva “terapeutización de la sociedad”, manifestada en la tendencia cada vez más generalizada a afrontar toda clase de problemas personales y de convivencia en clave terapéutica –como han hecho notar Alejandro y Alberto N. García en su pormenorizado análisis de la serie televisiva In Treatment–. La propia Illouz mira con ambivalencia este desarrollo: ¿cómo debería encarar una pareja sus problemas de convivencia cuando en las sociedades modernas la familia no puede ya contar con el apoyo de la comunidad, característico de sociedades tradicionales? –me decía hace unos meses–. En efecto: ¿cómo?
De momento parece que la modernidad tiene recursos para afrontar los problemas que ella misma ha desatado, entre otras cosas induciendo el proceso de individualización. Así, en el interés y la atención que actualmente despiertan todos los aspectos relacionados con la gestión emocional –reconocible en la popularidad de la literatura de autoayuda– podemos advertir la convergencia de dos rasgos típicamente modernos: por un lado, la confianza en la racionalidad científico-técnica, y por otro esa reflexividad –destacada por Giddens, como uno de los rasgos característicos de la identidad moderna– que ahora se vuelca sobre la propia vida emocional: el yo que se examina a sí mismo, que examina sus reacciones y las trata de controlar con los medios que los expertos psicólogos ponen a su disposición.
El proceso, como todos, presenta aspectos positivos y negativos: por un lado, parece que nos hace ganar en autonomía, pues el conocimiento que proporciona nos permite controlar mejor nuestras reacciones, lo cual puede resultar especialmente necesario en un momento de grandes y acelerados cambios sociales, que des-institucionalizan prácticas heredadas, afectando hasta a las interacciones más cotidianas. Así, por ejemplo, la redefinición de roles de género lleva consigo equívocos y tensiones –claramente resaltados por Arlie Hochschild– que no se resuelven simplemente apelando a la buena voluntad de los implicados, sino que reclaman un adecuado conocimiento y gestión emocional.
Por otro lado, sin embargo, puede parecer que al invitarnos a racionalizar y verbalizar las propias emociones, la difusión de este “estilo terapéutico emocional” resta espontaneidad a las relaciones humanas. Ciertamente, esto último no es necesariamente negativo, por ejemplo en aquellos casos en que la espontaneidad de la emoción puede resultar directamente en comportamientos agresivos; pero podría serlo, si el exceso de reflexión se convierte en fuente de autoengaño, y provoca racionalizaciones espurias de la propia emoción.
A esta última posibilidad se refiere en alguna ocasión Stepjan Mestrovic, con el término “post-emocionalismo”, expresión con la que trata de designar un fenómeno a su juicio muy extendido, en parte a causa de la enorme difusión que alcanzan las reconstrucciones mediáticas de ciertas reacciones emocionales. Así ocurre, por ejemplo, cuando una reacción iracunda de un individuo concreto se presenta como el efecto del resentimiento acumulado por generaciones de todo un colectivo. Esos casos son relativamente frecuentes, y de hecho sirven para la construcción o el refuerzo de “identidades colectivas”, con las que ejercer luego presión política, como ha mostrado Rosalía Baena en su análisis de literatura autobiográfica.
Distinción social y autenticidad. De cualquier forma, es preciso reconocer con Illouz, que los recursos de la cultura emocional contemporánea no están igualmente a disposición de todos: la capacidad de racionalizar y verbalizar las propias emociones no se encuentra presente del mismo modo en todos los individuos; el “capital cultural” de cada cual depende en gran medida de la educación que haya recibido, en la que va incluida cierta “inteligencia emocional”.
En relación con esto, alguno podría verse movido a suscribir la tesis de Pierre Bourdieu: la distinción social sigue ahora patrones culturales; según esto, quienes carecieran del capital cultural necesario para pilotar verbalmente sus propias vidas emocionales se encontrarían en una posición socialmente poco ventajosa: para hacer valer sus intereses, sus necesidades, no tendrían otro recurso que apelar a la compasión o la simpatía de los demás.
Sin embargo, este juicio es solo parcialmente verdadero, pues, actualmente, quien carece de capital cultural preciso para “gestionar” verbalmente una relación no por ello carece del capital emocional necesario para ganar la atención y el favor de los televidentes, que siguen absortos los relatos, más o menos dramáticos, de toda suerte de problemas personales, a cargo de personajes más o menos célebres. El “glamour de la miseria” –por emplear el título de otro libro de Illouz–, la atracción que ejerce el relato de los propios traumas y fracasos, es sin duda un signo más de la cultura emocional contemporánea, dispuesta a transformar la vida social en una gigantesca sesión de terapia de grupo. Ahora bien, en la medida en que el problema “personal” se desvela ante la cámara, borrando con ello la diferencia entre lo íntimo y lo público, se modifican el contexto y el código comunicativo: ganan –en reconocimiento, simpatía, etcétera– los que mejor representan el papel de víctima o quienes cuenten con una mejor campaña de imagen a tal efecto.
La aproximación anterior permitiría explicar en parte por qué el presentarse como “víctima”, de lo que sea, ha alcanzado tanta popularidad en nuestras sociedades: ha llegado a ser una forma –ciertamente frágil– de ganar reconocimiento social en una sociedad altamente “terapeutizada”. Sin embargo, la multiplicación de los relatos “personales” y la indiscriminada exhibición del dolor es también responsable de que la “saturación emocional” que padecemos desemboque fácilmente en su contrario: una cierta indolencia –para Simmel el rasgo típico del habitante de la gran urbe, sometido a demasiados estímulos–; una cierta “neutralidad afectiva”, salpicada con frecuencia de unas dosis de cinismo. Lo que Baudrillard aplicaba a las representaciones cognitivas, Stepjan Mestrovic lo extiende al campo emocional: vivimos rodeados de simulacros de emociones. Sin negar que existan emociones auténticas, enfrentados a tal variedad de representaciones emocionales, invitados a simpatizar unas veces con la víctima, y otras con el verdugo, nuestras emociones solo en contados casos nos mueven a la acción: se quedan en meros sentimientos.
Paradójicamente, cierta generalizada sensación de “inautenticidad” contribuye a explicar la sed de “emociones vicarias” –que nos sumergen en universos de ficción, donde los personajes sienten de veras, y nosotros con ellos– pero también y por qué tantas personas se lanzan a la búsqueda de emociones “auténticas”, a veces por los caminos más extraños.
Ficción y emociones fuertes. Aunque un filósofo preferiría preguntar si es posible hablar realmente de emociones auténticas/inauténticas, y no, más bien, de personas auténticas o inauténticas, lo cierto es que, al menos desde Rousseau, el discurso sobre la autenticidad viene alimentándose de ese contraste entre razón y sentimiento, y, en esa medida, de una dualidad que, como sabemos desde antiguo, solo puede superarse mediante la educación y los hábitos. “Aprender a complacerse y dolerse como es debido” era la definición de “buena educación” que Aristóteles toma de Platón y que incorpora en su teoría de la virtud.
Pero esa definición de la “buena educación” no excluye el recurso a las ficciones y las emociones asociadas a ellas. De hecho, la “verdad” de la que son portadoras las ficciones poéticas, según el propio Aristóteles, se refleja precisamente en su capacidad de despertar en el espectador las emociones adecuadas a las acciones que se representan. Por eso podían tener un efecto catárquico sobre él, ayudándole entre tanto a descubrir la verdad de su propia vida.
Ahora bien, para que la verdad de la que es portadora no se distorsione, la ficción ha de reconocerse como tal. Característica de la cultura en que vivimos, sin embargo, no es solo cierta mezcla de ficción y realidad, que alimenta la ironía posmoderna, sino también la sobredosis de ficciones a la que estamos expuestos, con objeto de estimular nuestras vidas supuestamente rutinarias y emocionalmente anodinas. Así –escribe Mestrovic–, “el público postemocional participa vicariamente en comportamientos, pensamientos, fantasías y emociones que están prohibidas en la vida diaria en sociedades supuestamente civilizadas, mediante libros, películas, revistas o Internet… A pesar de las reglas, regulaciones, y otros controles impuestos en eventos deportivos y programas de televisión, existe un proceso descivilizador que reduce estos controles a nada más que un instrumento para guardar las apariencias”.
Por lo demás, la sustitución de la búsqueda de la verdad, o del bien, por la búsqueda de “emociones auténticas” –esa “psicologización de la experiencia”, que ha resaltado Lourdes Flamarique–, no deja de estar afectada por una profunda ironía, señalada hace años por George Ritzer, mientras desarrollaba su tesis de la “McDonaldización de la sociedad”: la racionalización de la vida, que todos reconocemos en la aplicación de los criterios McDonald´s de eficiencia, predictibilidad, calculabilidad, tecnología, al trabajo, se han extendido también al modo en que la gente planifica su tiempo libre, su tiempo de descanso; de ello, por supuesto, ha tomado buena nota la industria del turismo, que ha aprendido entre tanto a vender la sensación de aventura mientras garantiza la seguridad del turista.
Todo lo anterior contribuye a generar cierta sensación de “no hay salida” que tantos asocian a la metáfora de la “jaula de hierro” con la que Weber concluye su libro sobre La Ética protestante, una imagen que aparece numerosas veces en la obra de su contemporáneo Kafka, como me ha hecho notar mi hermano Luis Daniel.
De hecho, es indudable que la sociedad contemporánea ha continuado experimentando un aumento notable de las técnicas de control, extendiendo ese tipo de racionalidad cada vez a más esferas de la vida. Pero, entre tanto, las cosas han cambiado un poco: como viene señalando desde hace años Ulrich Beck, el éxito de la primera modernidad –centrada en la idea de control, certidumbre, seguridad proporcionada por el estado-nación– está socavando las bases de la “segunda modernidad”, la modernidad reflexiva, que asiste al nacimiento de un nuevo tipo de capitalismo, un nuevo tipo de orden global, un nuevo tipo de vida personal, caracterizado por el “régimen del riesgo”, “un peculiar estado intermedio entre la seguridad y la destrucción, en el que la percepción de los riesgos que nos amenazan determina el pensamiento y la acción” ; un riesgo cuya definición depende en buena parte del marco cultural en el que se percibe, y que, en parte por eso, no puede conjurarse simplemente según los parámetros de la razón calculadora.
 
 

ESTRATEGIAS DENTRO DE UNA EMPRESA

Las botellas que ya no se usan""reciclarlar el plastico
Donar arboles y plantarlos en las armas areas mas nsesitadas
Organizar para limpiar areas verdes y playas
Hcer comerciales contra la tala de arbloes y el reuso de agias grises
Mntemiento de las maquinas
Porteccion a animales en pelogro de extincion
benefiencia publica y personas con escasos recursos economicos



domingo, 2 de septiembre de 2012

Pirámide de Maslow

La Pirámide de Maslow, o jerarquía de las necesidades humanas, es una teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en su obra: Una teoría sobre la motivación humana (en inglés, A Theory of Human Motivation) de 1943, que posteriormente amplió. Maslow formula en su teoría una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas (parte inferior de la pirámide), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados (parte superior de la pirámide).
 

Jerarquía de necesidades

La escala de las necesidades se describe como una pirámide de cinco niveles: los cuatro primeros niveles pueden ser agrupados como «necesidades de déficit» (deficit needs o D-needs)(primordiales); al nivel superior lo denominó «autorrealización», «motivación de crecimiento», o «necesidad de ser» (being needs o B-needs). Se diferencian en que mientras que las necesidades de déficit pueden o no ser satisfechas, la necesidad de ser es una motivación contínua.
La idea básica es: sólo se atienden necesidades superiores cuando se han satisfecho las necesidades inferiores, es decir, todos aspiramos a satisfacer necesidades superiores. Las fuerzas de crecimiento dan lugar a un movimiento ascendente en la jerarquía, mientras que las fuerzas regresivas empujan las necesidades prepotentes hacia abajo en la jerarquía. Según la pirámide de Maslow dispondríamos de:
 Necesidades básicas
Son necesidades fisiológicas básicas para mantener la homeostasis (referentes a la supervivencia):
  • Necesidad de respirar, beber agua (hidratarse), y alimentarse.
  • Necesidad de dormir (descansar) y eliminar los desechos corporales.
  • Necesidad de evitar el dolor y tener relaciones sexuales que creen descendencia.
  • Necesidad de mantener la temperatura corporal, en un ambiente cálido o con vestimenta.
Necesidades de seguridad y protección
Surgen cuando las necesidades fisiológicas están satisfechas. Se refieren a sentirse seguro y protegido:
  • Seguridad física (un refugio que nos proteja del clima) y de salud (asegurar la alimentación futura).
  • Seguridad de recursos (disponer de la educación, transporte y sanidad necesarios para sobrevivir con dignidad).
 Necesidades sociales
Son las relacionadas con nuestra naturaleza social:
  • Función de relación (amistad)
  • Participación (inclusión grupal)
  • Aceptación social
Se satisfacen mediante las funciones de servicios y prestaciones que incluyen actividades deportivas, culturales y recreativas. El ser humano por naturaleza siente la necesidad de relacionarse, ser parte de una comunidad, de agruparse en familias, con amistades o en organizaciones sociales. Entre estas se encuentran: la amistad, el compañerismo, el afecto y el amor. Estas se forman a partir del esquema social.
 Necesidades de estima
Maslow describió dos tipos de necesidades de estima, una alta y otra baja.
  • La estima alta concierne a la necesidad del respeto a uno mismo, e incluye sentimientos tales como confianza, competencia, maestría, logros, independencia y libertad.
  • La estima baja concierne al respeto de las demás personas: la necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, reputación, estatus, dignidad, fama, gloria, e incluso dominio.
La merma de estas necesidades se refleja en una baja autoestima y el complejo de inferioridad. El tener satisfecha esta necesidad apoya el sentido de vida y la valoración como individuo y profesional, que tranquilamente puede escalonar y avanzar hacia la necesidad de la autorrealización.
La necesidad de autoestima, es la necesidad del equilibrio en el ser humano, dado que se constituye en el pilar fundamental para que el individuo se convierta en el hombre de éxito que siempre ha soñado, o en un hombre abocado hacia el fracaso, el cual no puede lograr nada por sus propios medios.
 Autorrealización o autoactualización
Este último nivel es algo diferente y Maslow utilizó varios términos para denominarlo: «motivación de crecimiento», «necesidad de ser» y «autorrealización».
Es la necesidad psicológica más elevada del ser humano, se halla en la cima de las jerarquías, y es a través de su satisfacción que se encuentra una justificación o un sentido válido a la vida mediante el desarrollo potencial de una actividad. Se llega a ésta cuando todos los niveles anteriores han sido alcanzados y completados, o al menos, hasta cierto punto.
 Personas autorrealizadas
Maslow consideró autorrealizados a un grupo de personajes históricos que estimaba cumplían dichos criterios: Abraham Lincoln, Thomas Jefferson, Mahatma Gandhi, Albert Einstein, Eleanor Roosevelt, William James, entre otros.
Maslow dedujo de sus biografías, escritos y actividades una serie de cualidades similares. Estimaba que eran personas:
  • centradas en la realidad, que sabían diferenciar lo falso o ficticio de lo real y genuino;
  • centradas en los problemas, que enfrentan los problemas en virtud de sus soluciones;
  • con una percepción diferente de los significados y los fines.
En sus relaciones con los demás, eran personas:
  • con necesidad de privacidad, sintiéndose cómodos en esta situación;
  • independientes de la cultura y el entorno dominante, basándose más en experiencias y juicios propios;
  • resistentes a la enculturación, pues no eran susceptibles a la presión social; eran inconformistas;
  • con sentido del humor no hostil, prefiriendo bromas de sí mismos o de la condición humana;
  • buena aceptación de sí mismo y de los demás, tal como eran, no pretenciosos ni artificiales;
  • frescura en la apreciación, creativos, inventivos y originales;
  • con tendencia a vivir con más intensidad las experiencias que el resto de la humanidad.